«¿Cómo te sientes mamá? pareciera que no te sientes bien, recuéstate…»
Sus palabras fueron como un bálsamo perfecto, realmente no me sentía bien. El día anterior habían comenzado síntomas de un virus gastro-intestinal que se me combinó con el período y si, efectivamente quería recostarme.
A su mirada de preocupación y a su insistencia contesté con la franca verdad: «creo que si, me recostaré un rato porque no me siento bien». No quiero venderle a mi hija adolescente la historia aquella de que podemos con todo y de que aún enfermas hay que auto sacrificarse para seguir, quiero que aprenda cuando parar.
A pesar del calor que este verano trajo consigo, me recosté y en ese instante ella preguntó ¿quieres un calmante?, le dije que si, iba a abrir mis labios para decirle donde estaban pero la vi desaparecer corriendo camino a mi habitación. Pensé que volvería a preguntarme porque no los encontraría pero no fue así. Regresó con un vaso de agua fría y el calmante que acostumbro a tomar en su mano.
Luego ajustó el abanico para que el aire fluyera constante en mi dirección y bajó las cortinas para que la habitación se quedara en penumbras como suelo hacerlo yo cuando ellas no se sienten bien. Este último gesto lo agradecí enormemente porque se apoderó un sentimiento extraño que me oprimió el pecho y me hizo llorar (lágrimas de las buenas). Escuché que le decía su hermana pequeña «hagamos silencio que mami no se siente bien» y por primera vez desde que la tuve en mis brazos, no la vi tan pequeña.
«Ya no es una pequeña oruga» pensé. Me di permiso de llorar, no de tristeza, tampoco nostalgia; creo que fue un momento sobrecogedor en el que sentí que mi rol cambiaba, que quizás ya no me necesitaba tanto pero que yo seguía necesitando ser necesitada. Y me dormí…
Un par de horas más tarde desperté mucho mejor… su cabeza fue la primera que se asomó por la puerta, sus ojos cautelosos guardaban una mezcla de esperanza y preocupación cuando preguntó «¿Cómo te sientes mami?», le dije «Mucho mejor ahora». Y sonrío, como aquella vez que usaba su pequeña pijama y yo la lactaba y la vi reír por primera vez a eso de las 2 de la madrugada.
Se iluminó la habitación con aquella sonrisa, y mi ahora crisálida, aunque más grande y distinta; aún tenía la magia de aquella pequeña oruga que me cambió la vida. «Que bueno, no sabes lo preocupada que estaba» dijo. Se fue corriendo y la escuché gritar «Ya mami está mejor». Y entendí que no importa si es oruga, crisálida o mariposa…fue, es y será siempre una de las dos mejores cosas que me han pasado en la vida.

Hola! Soy Karolyn y te doy la bienvenidad a mi blog. Soy blogger desde el año 2007 cuando ni siquiera estaba de moda. Me gusta reflexionar, leer, estar al aire libre y mandar audios de 22 minutos a mis amigos. Soy mamá de dos chicas luego de 11 años y medio de lidiar con infertilidad y esposa de un hombre maravilloso. Soy emprendedora desde el 2018, fan de los dramas Asiáticos y de los derechos humanos.